El cineasta Martin Bourboulon retrata con pulso la evacuación de la embajada francesa de Kabul, tras el regreso de los talibanes en 2021.
Con 13 días, 13 noches, el director francés Martin Bourboulon abandona los registros de comedia romántica (Papá o mamá) o históricos (Los tres mosqueteros: D'Artagnan) para internarse en un terreno más sobrio y comprometido: la crónica cinematográfica de la evacuación de la embajada francesa en Kabul, tras la entrada de los talibanes en agosto de 2021. Inspirado en el testimonio del comandante Mohamed Bida (al que da vida un solvente Roschdy Zem), el filme propone una inmersión tanto documental como dramática en trece días de tensión extrema, donde cada decisión supone un dilema moral.
La película reconstruye con precisión la atmósfera caótica de aquellos días: una embajada sitiada, el aeropuerto colapsado, el miedo palpable en cada ciudadano de Kabul. Bourboulon acierta al evitar el efectismo gratuito: en lugar de explosiones espectaculares, prefiere la claustrofobia de pasillos abarrotados, miradas nerviosas o el silencio incómodo antes de una decisión crucial. El resultado es un 'thriller' asfixiante en el que el espectador comparte la sensación de tiempo suspendido, de espera interminable, de urgencia por escapar de un infierno.
La narración tiene como dos figuras centrales al ya citado Roschdy Zem como el comandante Mohamed Bida, que ofrece una interpretación alejada del héroe hollywoodiense: un hombre vulnerable, dubitativo, cuya autoridad nace más de la responsabilidad que de la fuerza. Su trabajo transmite el peso de quien carga sobre los hombros no solo la seguridad de los suyos, sino también el destino de centenares de afganos. Por otro lado la actriz Lyna Khoudri, da vida a una intérprete franco-afgana, y aporta el contrapeso emocional a la historia. Su personaje encarna el puente entre culturas, la memoria de una tierra perdida y la fuerza de una mediadora indispensable. Juntos, forman un dúo que sostiene la dimensión humana de la película: la fragilidad que se revela en momentos de coraje y las soluciones que aparecen en medio del caos.
El guion, coescrito a cuatro manos por el propio Bourboulon y Alexandre Smia -a partir del testimonio real- evita el tono moralista para apostar por una narración muy tensa, donde el suspense no proviene de persecuciones ni artificios, sino de la espera por escapar de un posible destino fatal. Cada escena funciona como una decisión: ¿quién entra en la lista de evacuados?, ¿a quién se deja atrás?, ¿cómo negociar con lo imposible? El montaje contribuye a esta tensión sutil, alternando secuencias calma tensa con estallidos breves de violencia o desesperación.
Sin buscar ser un ejercicio de estilo, 13 días, 13 noches se erige como una reflexión política y moral sobre la responsabilidad de las democracias occidentales. La película evita el discurso panfletario, pero no oculta las contradicciones: ¿qué significa "cumplir con el deber" en un contexto en el que salvar a unos implica abandonar a otros? ¿Cómo representar, sin simplificar, la tragedia de los refugiados? Bourboulon se aproxima a estas preguntas desde una óptica humanista: no hay héroes impolutos, solo funcionarios, intérpretes y militares que intentan preservar la dignidad en un escenario que amenaza con devorarla.
13 días, 13 noches confirma a Martin Bourboulon como un cineasta capaz de trascender el cine de entretenimiento para abordar materiales históricos recientes con rigor. Lejos de caer en el espectáculo bélico, la película apuesta por ser una epopeya íntima: la de quienes, atrapados en la maquinaria del derrumbe, deciden resistir para salvar a otros. El resultado es un filme sólido y vibrante, que conjuga tensión narrativa con profundidad ética. Una obra imprescindible para comprender no solo un episodio de la historia reciente, sino también la fragilidad -y la grandeza- de la bondad humana cuando el mundo se tambalea.
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