El 21 de abril se estrena en cines una película optimista pero que adolece de varios problemas
Thelma es una madre soltera que trabaja en un almacén. No parece tener demasiados recursos económicos (su madre, en un diálogo, hace referencia a la situación precaria en la que vive) y su hijo está en esa época en la que un día quieres abrazarlo y al otro tirarlo por la ventana. Un día, un accidente deja a su hijo en un coma inducido. La tragedia está servida.
Un día, sin embargo, descubre un cuaderno en el que Louis, su hijo, anotaba todo lo que quería hacer ‘por si el mundo se acabara’. Este hallazgo lleva a nuestra protagonista a cumplir los sueños de su hijo para ver si, de este modo, acelera su despertar. Y, de paso, si en el viaje se conoce mejor a sí misma, mejor que mejor.
Un viaje de reflexión y madurez
No son pocos los problemas de los que adolece La habitación de las maravillas, novena película de la directora francesa Lisa Azuelos y que se estrena en España el próximo 21 de abril. En primer lugar, a Azuelos le cuesta dar con un tono formal que no emparente a la película, directamente, con un telefilme alemán de la sobremesa de La 1 un fin de semana cualquiera. Lo intenta, con algunas fugas oníricas que, lamentablemente, se acercan más a la estética new age que al compromiso verdadero por radiografiar la tragedia vivida.
Por lo demás, tenemos aquí el ramillete completo de ‘películas con tragedia, pero contadas de manera optimista’, no falta nada: cámara lenta para acentuar lo que ya de por sí es trágico -una secuencia que muestra cómo una madre se da cuenta de que su hijo acaba de ser atropellado es de por sí una tragedia; filmarla en slowmo, puede caer en la reiteración y la caricatura-, montajes musicales con canciones alegres y un desenlace que intenta contentar a los que buscan el feliz y el trágico.
Una gran Alexandra Lamy: dignidad y sobriedad
Sin embargo, La habitación de las maravillas también tiene sus puntos positivos, sobre todo lo concerniente al apartado actoral y a la relación de la protagonista con el grupo de amigos de su hijo, situaciones que alejan a la propuesta de lo telefílmico. En lo primero, tenemos a una gran Alexandra Lamy llevando con dignidad y sobriedad un papel que podría haber caído en el histrionismo -lástima, de nuevo, esas cámaras lentas que subrayan lo innecesario- y a la actriz que interpreta a su madre Muriel Robin. Precisamente, la relación entre ellas dos nos dejan algunos de los mejores momentos de la película, aunque también de los peores: la película nunca cae en el ridículo excepto en cierta escena que homenajea la fiesta india Holi.
La habitación de las maravillas queda como una de tantas películas optimistas que no calan demasiado en el espectador. Todo suena a ya visto y escuchado. Sin embargo, este tipo de propuestas tienen su público y esta no es, ni mucho menos, de las peores. No aburre, su mensaje es positivo y puede llegar a emocionar a cierto tipo de persona. Si consigue llegar a alguien y a tocarle la patata, ya habrá valido más que todo esto que yo os he contado aquí.